Estrellas Vírgenes, Estrellas Oscuras


Posted January 25, 2016 by Teagan

Ocurrió al principio de los tiempos. Cuando los dioses hablaban con los hombres, cuando aún no se había edificado en Babilonia la Puerta de Urash. Cuando los aromas de los famosos jardines llenaban la noche de sensualidad.

 
El emperador que gobernaba la ciudad, subió al templo enclavado en la cima del zigurat consagrado a Ishtar. Vestía su uniforme, acababa de regresar de una exitosa campaña. Llevaba consigo las armas que había utilizado para reducir a sus enemigos en la última batalla. Y en sus manos, un pequeño cofre que contenía un especial anillo, el sello de Geb: Encontrado en un templo enemigo, llevaba inscritas las palabras que pronunció el dios del mar cuando reclamó ante los egipcios la propiedad de la diosa Ishtar para sí. La presencia del dios Set en aquella ocasión libró a la diosa de la esclavitud.

Aquel hombre poderoso, de pie ante sus dominios y con los brazos entendidos, miró entonces a la estrella que más brillaba ante sus ojos y formuló su deseo:

- Señora del Amor y de la Guerra, Señora de los Cielos y de las Estrellas, Señora Enigmática y Veleidosa, que bajaste al Averno en busca del Poder Oscuro y fuiste resucitada por la voluntad de Enki.
Ante Tí, que propicias el destino de los intrépidos y favoreces a los valientes.
Ante Tí, desde el templo que con sangre y sufrimiento se edificó para venerarte.
Ante Tí, esta noche deseo que hagas mío el mayor poder que sea capaz de sentir un hombre.
Y que tu voluntad quede atrapada por aquel que pronuncie las palabras escritas en este sello, y seas maldita y vuelvas al Infierno cuyo dominio anhelaste si no concedes este don al mortal que mostró tu esencia en la Tierra.

Ante sus ojos, muy despacio, se materializó una mujer de piel tersa y oscura. Con ojos oscuros y largo pelo. Largas piernas y suaves pechos. Suaves labios y bellísimo cuerpo. Bellísima y voluptuosa. Y estas fueron sus palabras cuando habló:

- Mi poder, capaz de guiar el destino y acercarlo a quienes me siguen en la manera que yo decido, que protege a mis amantes en sus hazañas; mi poder, que mantiene a salvo a todo aquel que lucha por sus sueños, es único y no puede ser transferido.

- Sin embargo, y porque te atreviste a desearlo, porque fuiste osado al pedirlo, porque miraste a mis estrellas oscuras mientras lo hacías, porque pudiste utilizar el poder del sello que me esclavizaría, y no lo usaste; Porque tu rebeldía me atrae, tu insolencia me seduce y tu ambición es grande, he aquí mi respuesta:

- Hasta que el sol oculte mi Reino y Tu noche, cada uno de mis actos, mis palabras, mis deseos, y mi voluntad, serán tuyos. Seré Tuya. Y mi placer será el tuyo. Dominarás.

Entonces se acercó a ese hombre, su túnica cayó y de rodillas ante Él, sus labios pronunciaron:

- Señor de Ishtar, aquí tienes a tu esclava, dispuesta a obedecer tus palabras hasta que el sol oculte mi Reino y Tu noche.

Después bajó los ojos y calló.

Aquella noche, bajo aquel cielo y aquellas estrellas la Diosa Ishtar entregó su voluntad y su cuerpo humano a ese hombre. Y aquella noche, bajo aquel cielo y aquellas estrellas, ese hombre sometió a una diosa, y fué Dios.

Nadie sabe los misterios del placer que invadieron el cuerpo y la mente de aquel hombre. Nadie sabe cómo gozó aquella diosa.

Pero los esclavos se estremecieron al escuchar cadenas resbalando en lo alto del templo, candados cerrándose sobre piel no humana, látigos restallando sobre un cuerpo que no era el suyo. Y suspiros de dolor y de placer.
Pero los caballos relincharon en la noche al oir los golpes de fusta acompañados de gemidos de dolor y de placer que no eran de su especie.
Pero los perros escucharon órdenes que no iban dirigidas a ellos, y sin embargo eran acatadas con la misma aceptación. Ordenes pronunciadas con dolor y con placer.

Al amanecer, Ishtar arrancó el aliento del hombre, destruyó el anillo que contenía su libertad y se fué con las estrellas vírgenes de la mañana.

Desde entonces, las vírgenes de Ishtar, adiestradas por los sacerdotes de la Diosa, son instruídas en las artes del placer. Para avivar el recuerdo, para deleitarse con la entrega, para preservar los sueños, para conservar los ritos de la dominación y la sumisión.

Porque ahora los dioses no hablan con los hombres. Y porque los hombres quieren ser dioses. Y porque siempre puede ocurrir que una Diosa conteste a un hombre. Y porque no es imposible que una mujer se convierta en diosa.
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